Clarence Schmidt (1897-1978) compró cuando a penas tenia 31 años un terreno en las montañas de Catskill cerca de la ciudad de Woodstock. Desde que se asentó en aquellas montañas comenzó una actividad artística muy alejada de la ortodoxia predominante; desarrolló su propia idea de la creatividad. Para algunos, arquitecto intruso; abuelo hippie para otros, viejo loco… muchos son los calificativos dedicados a este creador cuyo trabajo comenzó a principios del siglo XX como cantero y escayolista. Lo cierto es que Schmidt comenzó a construir una cabaña conocida como Journey`s End; en ella ya ensayó la construcción con materiales de desecho y de poca calidad como traviesas de ferrocarril, cortezas de árbol o viejas planchas de vidrio, en esta cabaña, que vendió poco después, pasó veranos enteros durante los años 30. Posteriormente comenzó la construcción de la Casa de los Espejos mediante troncos, cortezas, ventanas de antiguos edificios, pinturas baratas, multitud de clavos oxidados, piedra del sitio y muchos otros materiales encontrados por el mismo Schmidt. Levantó su casa a lo largo de los años, la casa fue creciendo como un ser vivo, de carácter vulnerable e incompleto. Schmidt se valía de sus manos, ayudado de andamios que disponía alrededor de la casa y que posteriormente consolidaba y entraban a formar parte de este conjunto de fragilidad técnica.
La casa llegó a alcanzar 7 plantas con 35 habitaciones, todo ello conectado con multitud de galerías, porches, pasillos, excavaciones en el terreno, escaleras o pasarelas construidas a lo largo de los años con una evolución claramente centrífuga, atendiendo a los parámetros del lugar. El interior de la casa era bañado por la luz natural proveniente de las claraboyas; y ahí dentro se podía oír el sonido de la naturaleza, el viento, los pájaros… o divisar el bonito paisaje en total armonía. En 1968 la primera casa de los espejos quedó destruida por las llamas pero la volvió a construir hasta que en 1971 un nuevo incendio destruyó la nueva casa. Mientras construía la segunda vivienda, empezó a forrar de papel de plata las ramitas del bosque, creando el llamado bosque de plata.
A la pintoresca imagen que tenía la casa por su peculiar forma de construcción, se le unió la multitud de objetos que Clarence Schmidt fue colocando en el exterior y el interior de la vivienda: muñecos, cornamentas, juguetes rotos, flores de plástico, bicicletas antiguas, ramas de árbol, estampas, altares, radiadores, guitarras, ventiladores, camas viejas, neumáticos y un largo etcétera. Toda esta amalgama de objetos formaba un laberinto, unido en conjunto por una multitud de espejos dispuestos en un jerárquico caos.
Clarence Schmidt encarnaba la imagen de artista introvertido e inaccesible que creaba su arte, fruto de un enigmático mundo interior y alejado del artista mediático que expone en museos; a la vez que su obra se convirtió en un ejemplo de arquitectura insólita.
via: http://hacedordetrampas.blogspot.com
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